18/12/2009
Por: Lic. Julio Burdman* (Desde Buenos Aires)
Por su ubicación geopolítica, su extensión territorial, la enorme riqueza de sus recursos naturales, su densidad poblacional y el comercio con sus distintos Mercados, el continente asiático se presenta como la principal atracción de los países occidentales, a la hora de llevar a cabo sus estrategias político/económico/militares. A continuación, el autor del siguiente artículo repasa los procesos políticos/electorales de tres países fundamentales para entender lo que sucede en aquella región: China, Irán y Afganistán.
El panorama doméstico de los países asiáticos es un mosaico de realidades. Se trata del continente más vasto, poblado y heterogéneo del planeta; el único, en nuestra era de integración regional, que carece de una identidad continental. En el balance de 2009 tuvimos elecciones en fuertes pero disímiles democracias como las de India y Japón, y también en dos países de escasa cultura democrática y en conflicto con Washington como Irán y Afganistán, que acabaron en escandalosas denuncias de fraude. Tras el descongelamiento que Huntington denominó "tercera ola democrática", que entre 1974 y 1991 acabó con 64 dictaduras de Europa mediterránea, América latina, los países comunistas de Europa, Sudáfrica y varias repúblicas de Asia Pacífico (Huntington 1992), lo que algunos autores denominan "cuarta ola democrática" (ver Bunce y Wolchik 2006), que se habría iniciado a fines de los noventa en Europa Oriental y se movería lentamente por el mundo islámico, caracterizada por las minorías reformistas, la presión de los organismos internacionales, el rol de las ONG estadounidenses y las "revoluciones de colores", mantiene su tendencia incierta.
Controversia electoral en Irán
En Irán, el presidente Mahmoud Ahmadinejad resultó reelecto con más del 60% en un proceso controversial. La oposición crítica, que pide cierta apertura política y cultural y postuló a Hossein Mousavi Khameneh -un candidato probablemente menos reformista que sus votantes- denunció fraude masivo. Ahmadinejad, el vencedor de las elecciones de 2005, había sido un cambio para que nada cambie. Un hombre común, electricista de profesión, que llegó a una Presidencia que desde la revolución de Khomeini venía siendo ejercida por una sucesión de ayatollahs. Presidencia que, cabe destacar, carece de las facultades que conocemos en nuestras orillas, ya que tanto el Parlamento como el Consejo de la Revolución -ambos dominados por los líderes religiosos- son los verdaderos resortes de la economía, las fuerzas armadas y policiales, y la política exterior. Más aún, detrás de Ahmadinejad está la coalición conservadora de la revolución islámica y del poder económico surgido a partir de ella, en un país muy beneficiado por los excedentes de sus exportaciones petroleras. Su victoria obtuvo el reconocimiento regional y extra-regional de una cantidad suficiente de países, la mayor parte de los cuales -con las excepciones notorias de Brasil e India- no son considerados totalmente democráticos por la comunidad internacional.
El caso afgano
En el caso de Afganistán, también las elecciones tuvieron como resultado la reelección del presidente en ejercicio, Hamid Karzai. Igual que en Irán, quien llegó en segundo puesto, Abdullah Abdullah, negó al vencedor. Primero acusó al gobierno de utilización de los instrumentos clientelares del Estado, y luego de fraude abierto; terminó renunciando al ballotage. A pesar de las presiones internacionales para que no deslegitime al gobierno reelecto en un escenario de guerra y violencia descontrolada. El proceso electoral fue larguísimo y se hicieron evidentes las maniobras desesperadas de los organismos internacionales, los enviados de Obama, los canadienses y los europeos para que los comicios afganos terminasen de la mejor forma posible, pudiendo mostrar así al mundo que la militarización internacional de este país a la deriva valió la pena. Ello motivó fuertes críticas internas y externas de connivencia internacional del resto del mundo con las generalizadas maniobras fraudulentas registradas en todo el territorio.
Centralismo político en China
En China, los sesenta años de la Revolución maoísta -y los veinte de Tiananmén- coincidieron con las incertidumbres de la crisis económica. Si una sola interpretación, entre tantas posibles, hubiera que sacar de los grandes festejos realizados en Beijing por el aniversario, fue la reivindicación ante el mundo del modelo de partido único, control social centralizado y economía capitalista que hoy sostiene la dirigencia comunista de China. Una dirigencia que, a diferencia de la rusa que abandonó el marxismo con declaraciones y pompas, hoy afirma ser lo que el marxismo puede ser en el siglo XXI. En materia de evolución democrática, este aniversario coincidió con un discurso del presidente Hu Jintao que fue en dirección opuesta a lo que parecía ser el modelo oficial de apertura política, que era la gradual democratización interna del partido único: exaltó el valor de la centralización de las decisiones partidarias.
Referencias:
-Bunce, Valerie y Sharon Wolchik (2006). "Favorable Conditions and Electoral Revolutions". Journal of Democracy, 17 (4)
-Huntington, Samuel (1992). La Tercera Ola. Buenos Aires: Paidós
*El autor es Lic. en Ciencia Política (UBA), Director de la Carrera de Relaciones Internacionales de la Universidad de Belgrano, Co - Director del Observatorio Electoral Latinoamericano y es Secretario del Instituto de Sociología Política de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas.